
Salutación
Un año más me dirijo a mi querido pueblo con motivo de sus fiestas patronales en honor de nuestra querida Patrona la Virgen de las Virtudes. Llegan estas fiestas como colofón del verano que tanto auge está tomando en nuestro municipio con esa afluencia masiva de turistas nacionales y extranjeros.
Es agradable dirigirme a mi pueblo con la certeza de haberle brindado un gran servicio las obras de adecentamiento y oportuna señalización en el acceso de entrada a nuestra población. Es cierto que todas las buenas intenciones no quedan reflejadas en realidades como la ya mencionada, pero en esta ocasión quiero dejar claro mi disposición y la de toda la Corporación Municipal para cualquier tipo de necesidad y anhelo de este mi pueblo conileño.
Con esta Feria y Fiesta en honor de la Virgen de las Virtudes. Conil se embellece y sus gentes irrumpen las calles con alegría innata y contagiosa de este pueblo del sur.
Desde eatas líneas que son saludos y un trozo de mí, pretendo estar más cerca de cada uno de los hombres, mujeres y niños de tan entrañable rincón de cal y luz que es este pueblo gaditano.
Conil abre las puertas en estas fechas para que la felicidad inunde el corazón de cada conileño y todos cuantos nos visiten compartan unas jornadas festivas que tan profundo significado tienen para los lugareños.
Vuestro Alcalde,
Diego Leal Ramírez
Conil, Septiembre 1985


“VISION DE CONIL DESDE ALTA MAR”
El impulso de mi vocación marinera, me hizo hacerme a la mar, una mañana agosteña, tal vez para evocar con nostalgia, mis viejas singladuras a borde de “El Cano”.
En esta ocasión, no había Babor y Estribor de guardia. Tampoco maniobra de trinquete, ni aferrado de la gavia.
Sobre la amarra de la roja embarcación se podía leer “PLAYA DE CONIL” CA 3-1351.
Su patrón Manolo “El Millonario” me invita a compartir con él el gobierno de la caña. Arranque del motor, breve guiñada y el bote tras perfecta maniobra de su patrón, enfila la bocana del puerto y se hace a la mar.
Desde la montaña llega hasta le rivera del Rio Roche un hondo valle. En el fondo se ve culebrear un arroyuelo, entre las frondosidades de pinos y eucaliptos.
La arena de la playa todo a lo largo de la costa es de color dorado. Para mis adentros musito ¡Que bella está la mar! Y afluye a mi mente tres versos de Lope de Vega.
Con las arenas mojadas
parece entrando y saliendo
que está retozando el agua.
Las laderas de las calas son terrosas. El cielo es azul. Las arenas son doradas y a la mar! El mar para los profanos de un añil intenso.
Allá a lo lejos se ven dos velas blancas. Lentamente se van agrandando. No parece que ande. Vuelan. Una gaviota de albo plumaje revolotea a mí alrededor. Todo es silencio en el vasto y lejano panorama, lleno de luz. En un promontorio que se adentra en la mar se yergue una torrecilla cuadrada.
En la serenidad de la mañana nada turba la maravillosa quietud. En una solitaria cala recibe las caricias de Febo una rubia pareja de rasgos teutones.
El bote da de cuando en cuando repentinos cabeceos. Solo se oye el silencio del rítmico compás del motor, al unísono de los latidos de mi corazón. Dos tablas de surf se deslizan cercanas a la costa. Pasamos por las “Tres Piedras”. ¡Qué blandamente avanza el agua y acaricia los escollos!
Con las arenas mojadas
parece entrando y saliendo
que está retozando el agua
En la espléndida luminosidad reverbera el mar de un azul intenso. La costa de doradas arenas se aleja por babor formando un inmenso abanico dorado.
Los veleros están ya cerca de la playa. De los Bateles han descendido gentes que corren por la arena y se sumergen en las aguas.
Un grupo de cabezas diseminadas acuden precipitadamente a congregarse. Cabecean, -lo mismo que nuestro bote- . Un perro lanza, con la cabeza enhiesta, y mirando hacia nosotros, un playidero ladrido. Las blancas casas se van haciendo cada vez más pequeñas. Por detrás de ellas se divisa la majestuosidad del Castillo. Nada turba la serenidad del paisaje.
Más hacia Levante, en la costa se adentra otro promontorio Castilnovo. Ni una nube se ve en el cielo. Más lejos, más abajo sobre una montaña se divisa Vejer y cabo Trafalgar.
Las casitas de blanco color son muy chiquitas ya. Solo las olas nos rodean. Una tenue neblina va envolviendo el panorama, descendiendo lentamente en la serenidad y el silencio de la mañana.
Conil, se difumina en lontananza…
Ricardo Mora
Agosto, 1985
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